domingo, 26 de abril de 2015

EL CENTENARIO DE SAMSA

Franz Kafka, el mejor escritor del siglo XX, le escribió a Felice Bauer en una carta que "la verdad es que no soy nada, lo que se dice nada". Pensaba que no había nadie tan catastrófico como el para relacionarse con otras personas y que no era capaz de pensar, que no sabía narrar y que ni siquiera sabía hablar. En otra carta, poco tiempo antes de decirle que estaba enfermo, Kafka le preguntó a Felice: "¿Querrás reflexionar y llegar a una conclusión respecto a si quieres ser mi mujer?", incitándola a pensar bien si realmente valía la pena ser la mujer de un tipo como él.

Frágil como un cristal, Kafka era excepcional, indescriptiblemente nervioso y obsesionado hasta el extremo con la escritura. Nacido durante el último tramo de imperio austro-húngaro y el primero de la naciente República Checa, el escritor vio la luz en Praga. Es decir que fue un checo de origen judío y germano, pero de idioma alemán, debido a la decisión de su padre de meterlo en un colegio alemán. No caben dudas de que padeció de una terrible crisis de identidad, que lo llevó, hasta el final de sus días, a los 41 años, a refugiarse en la literatura.

Considerado como uno de los escritores más influyentes de la literatura mundial de todos los tiempos, Kafka nunca quiso ser realmente conocido. Se sabe que escribió muchísimo y que, aproximadamente el 90 por ciento de su obra fue destruida por él, poco antes de morir. La destrucción de lo restante le fue encargado a su amigo, lector y fanático Max Brod, quien, gracias a todos los dioses literarios, decidió ignorar la última voluntad de su amigo y publicó sus obras luego de su muerte.

Una de esas obras -que sí fue publicada mientras Kafka estaba vivo- es Die Verwandlung. La traducción literal de estas dos palabras es la transformación, pero todos -incluso los que no la han leído- la conocen como La Metamorfosis. Esta novela corta está considerada como una de las obras maestras de todos los tiempos, por su carácter intemporal (no importa cuándo la leas, siempre va a tener sentido), su lenguaje sencillo y claro y su increíble poder de hacernos creer que el hecho de despertarse un día y convertirse en un insecto es realmente posible y que a cualquiera de nosotros podría sucederle.

Corría el año de 1912 y Franz estaba dedicado a escribir una novela larga llamada América. Pero, por alguna razón, decidió ponerle pausa a su novela y comenzó a escribir un relato corto, casi un cuento, que él mismo dijo que le salió desde lo más profundo. ¿Cuánto tiempo le tomó a Kafka escribir La Metamorfosis? La respuesta sonará increíble, pero es cierta: 21 días. Sí, tal como lo lee. Era tal el genio del escritor checo, que solo necesitó tres semanas para escribir un libro tan maravilloso. Aunque el libro se publicaría en 1915, el relato se redactó entre el 17 de noviembre y el 7 de diciembre de 1912. Impresionante.

Para los que no la han leído, o no la recuerdan muy bien (yo la he leído seis o siete veces, así que la historia está bastante clara), La Metamorfosis narra la historia de Gregor Samsa, quien, tras despertar de un sueño intranquilo, descubre que se ha transformado en un "monstruoso bicho", que ya no puede hablar ni caminar ni nada de lo que solía hacer cuando era humano. Pero, a pesar de la horrenda transformación (estoy seguro que los que están leyendo esto acaban de imaginar su propia metamorfosis), Gregor asume el cambio casi con naturalidad. Sorprendentemente, está preocupado porque va a llegar al trabajo y no está muy seguro de como se va a bajar de la cama para poder comenzar su día habitual. Cuando Gregor se da cuenta de que tiene patas en vez de manos y pies, siente escalofríos: sabe que tiene que hacer algo.

Mientras escribía la historia, Kafka le decía en sus cartas a su amada Felice que "qué extremadamente repulsiva es la historia que acabo de apartar a un lado para pensar en ti (...). Ha avanzado ya hasta un poco más de la mitad, y en conjunto, no estoy descontento con ella, pero en cuanto a nauseabunda, lo es de un modo ilimitado, y cosas como esas, te das cuenta, provienen del mismo corazón en el que tú habitas y toleras como morada". Kafka amaba a Felice Bauer, pero también se sorprendía de llevar, en ese mismo corazón enamorado, sentimientos tan horrendos que podían llevarlo a escribir ese brutal relato, que, en aquel momento ya había avanzado hasta poco más de la mitad. 

Gregor Samsa anunciará a su familia su destino. Esta, en vez de sentir lástima, le prodigará asco y rechazo. La única que reacciona con cierta compasión es su hermana quien se encarga de alimentarlo y limpiarle la habitación, aunque se puede sentir que todos son infelices y están incómodos con tener que cargar con un bicho gigante. Un día el jefe de Samsa, molesto por sus constantes ausencias al trabajo, aparece en casa, saliendo despavorido al ver el cambio de su trabajador. El destino de Samsa es solo uno: debe morir porque no se puede vivir de esa manera en el mundo. Y su muerte traerá alivio a la familia, que se concentrará en casar a la hija menor y salvar la economía familiar. Al final, luego de que la sirvienta encuentra el cuerpo muerto de Samsa junto a la basura, la familia se irá de paseo, aliviada.

El personaje de Kafka -quizás su alter ego- inspira muchas cosas: lástima, ternura, repugnancia, curiosidad, pero, sobre todo, una inmarcesible sensación de soledad. No hay nadie más solitario que Samsa. A pesar de que se percibe cierto humor en el relato de Kafka, la soledad está presente en todos los capítulos. Mucho más aún en aquel en el que, arrastrando cosas y polvo y basura, el bicho decide abandonar su habitación, siguiendo la música que sale del violín tocado por su hermana, suplicando amor: qué brutal demostración de la soledad a la que hago referencia.

Una nota curiosa: antes de que el libro fuera publicado, Kafka se enteró de que el libro llevaría alguna ilustración. Inmediatamente, escribió una carta a los editores, exigiendo que el insecto no debía ser dibujado bajo ninguna circunstancia. Cito al genio "el insecto mismo no debe ser dibujado. Ni tan solo debe ser mostrado desde lejos...". Los editores le hicieron casi y ningún bicho apareció. Es más: en cualquier edición original del libro que se encuentre, el insecto no aparece. Sí lo he visto retratado en versiones pirata, de esas que abundan en nuestro país.

De Franz Kafka se han dicho y se dirán muchas cosas. Se escribirán artículos y se verterán opiniones sobre su personalidad, sus cartas o sus novelas (recomiendo con emoción El Proceso  y  El Castillo), pero eso es tema de otro día. A él le debemos, los que sabemos utilizarlo, ese hermoso adjetivo: kafkiano. A él le debemos que Borges haya intentado ser Kafka y que, en ese intento, al argentino le hayan salido cuentos geniales, aunque el propio Borges diga que no debió haber tratado de imitarlo. También se podría hablar de sus amores que nunca llegaron a florecer, de ser tan solitario -como Samsa- a pesar de haber estado siempre enamorado. O de sus anécdotas, como la que cuenta Dora Diamant, respecto a la niña y la muñeca, que serán contadas en otra ocasión. 

Lo que yo le debo a Kafka, como lector y escritor, es ese amor por la literatura, y esa percepción de la soledad, presente en el Señor K., en Josef K. y, obviamente en el querido y recordado Gregor Samsa.

Quienes la hayan leído, traten de hacerlo una vez más: les aseguro que la experiencia no será la misma esta vez. Quienes aún no lo hayan hecho, espero que ya lo hayan decidido.
 
A leer. 

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